jueves, 3 de diciembre de 2009

Carta a mi dios




Anhelado amado:


Tengo tantos eones tras mi espalda azulada...
Tantos besos en los labios invisibles y divinos. Tanta magia, tanta lucha guardada y abandonada.
Creí que podría vivir sin tu música aterciopelada, sin tus latidos estrellados...pero héme aquí, dándote la bienvenida cuando más te he llamado, cuando más te he...necesitado.
Mundos del pensamiento, de la forma y del olvido pasean en mi recuerdo presente, más no me hacen perecer en los recuerdos de quiénes somos y porqué prometimos este viaje. Nuestro viaje, amado, nuestro viaje...
Cerré tantas puertas, tantas casas, tantos hogares...y tú eras mi hogar y mi puerta. Mi amado que nunca duerme ni se esconde. El amado de un dios bendecido por él mismo.
Siempre te llevé en mí, siempre...pero ahora has sido tú el que me ha reconocido, el que me ha recordado.
Y me siento aturdida, gratamente aturdida. No esperaba la gran visita. No la esperaba, no la intuía así, no te veía...pero ahora te veo, amor, ahora te veo.
Eres el sueño que arde en mis manos transparentes. Me cantas...y te escucho. Escucho siempre en nuestro pequeño bosque dorado.
Allí donde el oro es semilla y los corazones son nuestro oro, nuestros diamantes. Por eso vinimos, por los diamantes. Esos que tanto nos gustan, esos que tanto nos pertenecen, esos que tanto pertenecen a lo que somos, a lo que representamos, a lo que amamos...
Te veo reluciente, generoso, amable, divertido como siempre. Como siempre, amor.
Eres tú, eres tú, eres tú, eres tú...y te amo...

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