Desde la cuna
Es como un sueño pero más cálido y real.
Estoy dentro de dos pompas tibias que ven todo aquello que mis mariposas acariciaban...en un momento cercano, un momento que estaba detrás de la sonrisa de mi diosa misteriosa.
No sé cómo sonará en colores ese instante pero suena como un calor presente en la frontera que está más abajo de mis pompas cristalinas.
Esa sensación tan rosa, cubre de mil pétalos mis dos peces bailarines que sin cesar desean descubrir qué hay tras el velo suave y protector que los cubre.
De repente, escucho cientos de sonidos que me atrapan en la quietud y en la vigilia máxima del lugar que me acoge generosamente.
Hay una cascada de deseos puros que caen continuamente; lo sé porque pido anhelo de unirme a ella.
Hay una voz que escucho bajita, como si estuviera guardada en una cajita pequeña haciéndole cosquillas mientras se ríe risueña.
Hay un duende que camina erguido y va a compasado por el ritmo que crea.
Pero el mejor y más hermoso sonido proviene de una alegría tierna y dulce que llega a inundar todo el espacio que siento dentro del punto en el que me encuentro.
Es inexplicable cómo esa melodía puede alcanzar tantas mariposas que libero de mi pequeño universo, que aunque no veo, siento muy bien.
Las atrapa a todas y a todas acaricia, con besos tan pausados y tan bonitos que hace que mil pequeñas hadas escondidas vayan en su busca.
Esa canción me hace recordar quién la canta, y porqué la emplea. Esa canción pertenece a una flor divina que con su elixir azucarado y almidonado nutre mis sueños y mis anhelos de una forma perfecta y cariñosa.
Algo que me hace cosquillas y todavía no he descubierto es un túnel pequeño conectado a mis amigas transparentes que hace que pueda nadar y viajar a un mundo de sensaciones y matices que desconozco.
Es un ensueño nuevo y fresco donde olas púrpuras y juguetonas entran y salen para cambiar de rumbo.
Entra la ola de ricas bayas rojas que se unen con delicadas nubes cargadas de la savia que mi diosa me regala. Sale la ola.
Entra la ola chismosa del duende que susurra y tranquiliza el dominio del universo ruidoso. Se va la ola.
Y llega la ola que más me gusta, la ola que más conozco y más libera alas revoltosas.
Esa ola lleva consigo un bosque, un ramo de arco irirs, una fruta que no recuerdo y una delicada emoción enamorada.
Desaparece esa ola y con ella se van mis primeros acordes de felicidad.
Una palpitante necesidad de fundirme con la ola aparece justo en el centro de mi entrada rosácea, y mis peces bailarines se entristecen y dejan de agitar la luz que me acompaña.
Ahora son mis pequeños cometas estelares los que desean alcanzar la otra punta del universo de ruidos, no vaya a ser que no pueda tocar con mi cueva mágica esa ola que se resiste a ser mía.
Se han acabado los chirríos del gran espacio y han sido callados por una entonación que siento más cerca que cualquier otra cosa.
Tiene más fuerza que todas las olas unidas y todas las melodías juntas.
No escucho nada más que un potente y torrente mar de agua salada que nace en el centro de mi frontera y acaba en mis pompas, ahora calientes.
Y antes de que pueda averiguar o sentir lo que es extrañar a la deidad que vela por mí, mis sueños regresan más sublimes y elevados ya que la bella gavanza que me protege, me encandila con más olas de amor y más jugo de los salvadores blanquecinos.
¿Dónde habré visto yo este rostro que me mira tan cálidamente?.
Me siento en el refugio más seguro del mundo, del mundo que intuyo, es más grande que mis ganas de pertenecerle a ella.
Entonces, abre una pequeña puerta que posee su espejo y da libre albedrío al corazón desbocado que late con ritmos y lenguajes divinos y suaves.
Y mientras suena el regalo que me entrega, vuelvo plácidamente al encuentro de universos y luces que me guían desde la magia del SER que no recuerdo ser.
Y arrodillo a mis dos luceros y los fundo con el vuelo que emprendo...de nuevo.
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