Cuento "Las mil y dos noches" (Primera parte)

 El imperio de los antigüos Zares y el imperio norteamericano estaban frenando los sueños de Mohammed. Sueños en donde él perdería todo y pagaría todo precio para alcanzar su colonización dorada en el Este del mundo. Estaba perdiendo la memoria de por qué sus antigüos maestros árabes habían parado la reconquista y habían vuelto a casa. A su desierto florido de olivos, azahares, jazmines irreconocibles para la vista de Occidente. Las flores que podían turbar a una Diosa...ya no podía olerlas. Había olvidado el por qué. Los Djinns habían perseguido a sus ancestros, a su propia familia y a él mismo por una sola razón: querían que Arabia no fuera recordada por la majestuosidad de su esencia esplendorosa. El mundo no conocía ni siquiera los orígenes de la música arabesca, la belleza de sus Diosas que no mujeres...habían tapado sus rostros por la vergüenza de la osadía de Occidente ante la hermosura divina encontrada en el plano físico. La vergüenza era modestia y humildad ante lo que brinda Dios, pero el mundo no había entendido eso. Y los hombres de Arabia olvidaron por qué Allah les había entregado el don de la majestuosidad artística en la Tierra.

El orgullo de unos pocos hombres habían transformado esa modestia humilde en orgullo y soberbia, y por ende, en violencia y fanatismo. Pero Mohammed empezaba a recobrar la memoria ancestral de los suyos y no quería que Arabia se olvidara en el tiempo como el lugar donde no conocieron las canciones del admirado y amado Yeshua.

Arabia guardaba secretos del verdadero Cristo y Mohammed procuraba tenerlos bajo su míriada y corazón. Pero él sabía que se había desviado del camino recto y había hecho cosas terribles a los ojos de Allah. Y a los ojos de un pueblo sabio; pero él no consideraba a su pueblo, un pueblo sabio. Eran sus siervos. Sus esclavos.

Los diferentes imperios sólo esperaban de él lo peor: la destrucción de todo aquello que atentara contra todo lo que él consideraba propiedad de Arabia, propiedad de todos los árabes. Sólo que "todos los árabes" no sabían que no estaban incluídos. Eran para su Gloria y la Gloria de su casta, una casta que vino de las estrellas hace siglos y siglos...

España y parte de Europa le pertenecían, como le pertenecían todas sus mujeres, todas sus Diosas, todas sus esposas. Y todas esas Diosas-esposas no podían ver nada, ya que estaban demasiado asustadas como para atreverse a ver, que él temía perderlas, perder su dulzura, su ternura, su ligera esencia de canela en rama...no las conocía. No sabían quiénes eran ni qué intenciones tenían con él en ningún momento. Sentía tanto sus pánicos y miedos que no quería bajo ningún concepto preguntar qué sentían o qué pensaban de él. Y eso le asustaba de forma tremenda. Sentía terror de lo que había hecho con todas ellas. Y siempre se preguntaba la misma pregunta: ¿qué hubiera hecho Yeshua con ellas? ¿Cómo se hubiera comportado el rey de reyes con las que él consideraba también sus dadoras de placer, necesidades y ternura infinita? ¿Qué tipo de rey era Yeshua? ¿Por qué lo llamaron rey cuando no portaba corona? ¿por qué lo amaban tanto sin haber heredado ningún reino físico? 

Su angustia se acrecentaba y sus enemigos lo querían ya muerto. Encarcelado. Ajusticiado. Juzgado. 

Pero él retenía todo su poder en Medio Oriente. Necesitaba respuestas. Pero no respuestas de sus sabios, que lo cegaban más en sentires,y, a la vez, en procederes. Sus profetas le recomendaban salvajadas contra su mismo pueblo...así habían ganado guerras y siglos de adelanto, pero Mohammed sabía cuánto llevaba a sus espaldas y cuánto iba a pagar ante Allah. No quería las mismas acciones, las mismas respuestas de los ancianos. Lo que él buscaba era un milagro, un milagro para guardar los secretos de Arabia y que nadie los usurpara. Un milagro donde Yeshua, el gran profeta, le dijera exactamente lo que hacer en ese instante. ESTE MISMO INSTANTE.

Se tumbó en su gran cama y se durmió rápidamente. Pasaron unos minutos de ese momento hasta que Mohammed volvió a abrir los ojos, pero esta vez, estaba flotando en la terraza de su casa y sentía el aire fresco de la noche. Era un aire puro, que él pudo sentir como plateado, mágico, diferente. La luna estaba llena y había cierta calma en el lugar. Observó que una gran luz aparecía detrás suyo como si fuera un sol enorme, pero no era el sol, sino un hombre que no pudo reconocer pero sí sentir con gran alegría interna:

¡YESHUA! ¿eres tú? - dijo con sorpresa infantil.

Hola, Mohammed. Yo soy. Has hecho unas preguntas que me gustaría responder, pero antes he de enseñarte tu reino, tu país, tu tierra. Quiero que vengas conmigo y veas lo que hay ahí abajo - expresó señalando la ciudad.

Ambos aparecieron en una habitación maloliente con más de 50 personas. Un cubículo de algo más de 20 metros cuadrados y con personas enfermas, con fiebre, tos, llagas, llantos, etc...

¿Sabes quiénes son? - preguntó en tono triste el maestro.

Sí, creo que sí. Son trabajadores míos. Yo los compré. Aunque no sabía exactamente...sus condiciones. - contestó Mohammed. 

No hace falta que me mientas. Te avergüenzas tú mismo. Yo no estoy aquí para avergonzarte como no lo hacen tus "sabios" consejeros. Estoy aquí para saber lo que tú piensas y sientes ante esto. Eso es más importante - respondió Yeshua con total serenidad y calma.

Ahora ya no importa lo que sienta sobre ellos. Ellos no importan - dijo el soberbio árabe.

Te equivocas. Lo que sientas sobre ellos importa más que nunca. Puede cambiar tu destino o tu camino, aunque no de las formas que tú querrías - declaró el maestro.

Pon tu mano encima del brazo del hombre de la columna izquierda. Y déjala ahí durante unos minutos, Mohammed - invitó el sabio iluminado.

Lo hizo y le dió miedo, puesto que empezó a escuchar los pensamientos internos del hombre que allí estaba. Y escuchó una oración que salía de lo más profundo de aquel hombre mayor y desgastado:

"Mi amado Allah, ayúdame a sobrevivir dos semanas más. Mi mujer y nietos necesitan mi dinero para sobrevivir. Dame un poco más de tiempo. Mis pulmones ya no pueden más. Sangro cada día sin que mis compañeros de trabajo puedan verlo. Temo que se lo digan al responsable del grupo y me manden de vuelta a mi tierra. No puedo volver. Necesito mis pulmones sanos. Dame más vida, más salud, ¡Oh, Allah! tú el más poderoso entre los seres, dame más fuerza..."

Mohammed quitó la mano abruptamente y sintió un dolor punzante en el pecho. Él pagaba obra de mano barata como los ancianos y niños para que sus beneficios fueran más rentables. Él era responsable de esta barbarie. Miró alrededor de la habitación y vio a gente desesperada, llorando, rezando, agotados...reventados de dolor y hastío existencial. 

Y habló con voz tenue: si yo fuera ellos, preferiría morir. No podría vivir una vida tan miserable y desgraciada. 

Pero lo haces - mencionó Yeshua. 

Yo...yo no vivo una vida desgraciada. Yo vivo todo lo que me corresponde y me toca como Realeza. ¿No es acaso ese el papel de un rey? ¿No es ese el lugar donde les corresponde a las castas Anunnakis pertenecer y estar? - interpeló Mohammed.

No. ¿Has mirado tus manos? son iguales que las de ellos. No son más especiales ni más diferentes, excepto en que el pigmento de la piel pueda ser más oscuro o ellos tengan más arrugas, callos y heridas. Mohammed, un verdadero rey SIRVE A SU PUEBLO. Se convierte en una representación exacta de la esencia de Allah...pero no conoces a Allah, por lo que veo - respondió el gran sabio de sabios.




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