Cuento "La medalla" (primera parte)
Este cuento deseo dedicárselo a los maestros de Israel que tienen sed de Yeshua y de su venida a la Tierra. Se lo dedico a todos los grandes sabios que han dedicado SU VIDA a la espera del gran sol divino que estuvo aquí, está y estará hasta el final de los tiempos. Mi más profundo AMOR por ellos y su sincera y devota dedicación a encontrar a Dios en la Tierra.
"Zerah llevaba tres días sin comer apenas. Las últimas profecías lo mantenían despierto durante toda la noche y sólo tomaba infusiones de eucalipto y romero durante el día. Los veinte minutos que rezaba frente al sol en la mañana le permitían seguir sosteniéndose a pesar de tener setenta y ocho años castigados en salud y en vacío espiritual. Su mente no encontraba las respuestas que necesitaba en ese momento tan trascendente de la Historia de la Humanidad. Intuía que no llegaría a los setenta y nueve...pero antes, debía ver a Cristo con sus propios ojos. Unos ojos que habían derramado lágrimas por no verlo ni sentirlo del todo en su atormentado corazón. Sólo soñaba con Yeshua, con su vida, con lo que él hizo hace cientos de años en la Tierra. Con su legado espiritual. Era su maestro, su inspiración, su TODO. Zerah había sido invitado a dejar Israel por los grandes conflictos bélicos que se anunciaban en el presente, pero él se negaba a dejar su tierra por obvias razones: Yeshua debía regresar y él estaría preparado para ello. Pero su miedo podía más que la posibilidad de que apareciera de verdad. Su miedo a que el Mesías no llegara era aterrador...
La vida de Zerah había sido durísima. Era un hombre terco, tosco, rígido, de corazón difícil, complejo. Había sido educado en una disciplina casi militar y nunca había podido disfrutar de la infancia que él anheló alguna vez...fue abandonado por su padre para dedicarse este a una vida religiosa ascética y aislada del mundo. Y su madre falleció cuando él sólo tenía seis años de edad. Los rabinos se convirtieron en su único mapa y brújula de vida. Fue un niño educado para una excelsa religiosidad determinada y nadie le preguntó qué quería ser o hacer. Nadie le preguntó cuál era su sueño. O sueños.
Durante dos décadas, Zerah había sido perseguido por determinados cultos sionistas por declararse enemigo directo de todo aquel que pusiera en peligro las enseñanzas de Cristo y un odio irracional por la Humanidad. A pesar de su carácter difícil y cerrado, Zerah ayudaba a niños analfabetos y huérfanos para que aprendieran a entender el mensaje de Yeshua en el mundo y de alguna manera estuvieran protegidos por este. Donde quiera que fueran o con quién estuvieran. El viejo se había tomado muy en serio esa misión y lo hacía siempre que podía. Y los hacía elevarse en sus sueños de infantes. Pero los adultos no sabían esto...porque él no quería nada con el mundo de los "muertos". Y no le importaba que nadie supiera lo que hacía.
Eran las siete y cincuenta y dos minutos de la tarde cuando Zerah sintió un pinchazo profundo en su corazón y comenzó a sentir cierta visión borrosa en sus ojos y un engarrotamiento de su brazo izquierdo. Enseguida llamó por teléfono a su amigo rabino Adiv y entrecortado le dijo: Adiv, estoy teniendo un infarto, ayúdame amigo...
Adiv, llamó corriendo a los servicios de emergencias y se dispuso a ir a casa de su amigo Zerah.
El anciano se aferró con fortaleza a su medalla de oro con el rostro de Yeshua, dibujado por una mujer rusa que había soñado con el maestro y había recibido grandes mensajes del mismo. La besó y cerró sus ojos lagrimosos mientras caía al suelo diciendo: ¡maestro, permíteme verte antes de irme de este mundo!
El infarto no se lo había llevado, de momento, pero tuvo que ser trasladado a Buenos Aires por seguridad propia y de su Iglesia. En el transcurso del viaje se dió cuenta de que no portaba encima de él su medalla, a lo cual le preguntó a su gran amigo Adiv que le había salvado la vida: Adiv, ¿has cogido tú mi medalla de Yeshua? - preguntó mientras se tocaba todo el pecho.
No, no la ví nisiquiera cuando entramos a urgencias. Tenías todo el pecho al descubierto...y no te ví nada, amigo -respondió compungido Adiv. ¿Era importante para ti?
Zerah comenzó a llorar como un niño pequeño. Tenía un gran amor y cariño a su medalla. Siempre pensó que dicha joya le había salvado de cientos de ataques demoníacos. Ahora se sentía perdido, completamente perdido y desesperanzado. Se marchaba del lugar donde se suponía, el Mesías vendría, y también había perdido su brújula dorada protectora. Para él no era buena señal. Se sintió abatido, roto... y abandonado.
En Buenos Aires, su salud había comenzado a empeorar. Cuanto apenas quería salir a pasear y realizar actos solidarios por los huérfanos argentinos. Nada le convencía para realizar aquello que tanto había amado hacer durante años. Ni siquiera Avid. Pero este pensó en un plan y se dijo a sí mismo: "si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña".
Avid organizó una fiesta de cumpleaños para varios niños huérfanos en la Sinagoga donde se encontraban él y su querido amigo Zerah. El jardín era pequeño, pero lo organizó de tal modo, que los niños pudieron disfrutar y gozar de una gran merienda mientras el viejo apagado pudiera merendar algo y oler las rosas de la primavera argentina. Una leve sonrisa reapareció en Zerah al observar el jolglorio de la chiquillada y sus risas en el jardín. De repente, sintió un calor intenso en su mano derecha y al girarse vió a un niño pequeño de siete años ofreciéndole una pequeña rosa blanca pitiminí. Le sorprendió porque él siempre había considerado la rosa blanca pitiminí la flor más hermosa que existe en el planeta. Sonrió y le preguntó al niño:
¿Sabías que era mi flor preferida desde niño?
*Continuará.
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